Tener sexo en la playa o en la piscina no es solo una fantasía, es una experiencia sensorial intensa, húmeda, libre. Nos pone en contacto con el cuerpo al natural, con la piel mojada, el calor del sol y el deseo a flor de piel. Pero para que sea placentero, necesitamos algo más que ganas: necesitamos saber cómo hacerlo bien.
El primer consejo es claro: elegir bien el lugar y la hora. No se trata de exponernos a una situación incómoda o peligrosa. Una zona poco transitada, de noche o al atardecer, puede ser perfecta para un encuentro intenso y discreto. Lo ideal es buscar un rincón que nos permita entregarnos sin estar preocupados por quién pasa o quién mira (a menos que eso nos excite, claro).
El agua no es lubricante: más bien lo arrastra. Aunque suene contradictorio, tener sexo en el agua reseca. Por eso, si va a haber penetración, hay que llevar un buen lubricante a base de silicona (los de base acuosa se van con el agua). Aplicarlo con calma, como un juego previo, es parte del goce.
Los trajes de baño se convierten en parte del juego. Bajar una trusa mojada lentamente, sentir cómo se desliza entre los muslos, ver el vello mojado pegado a la piel... todo eso excita. No hace falta desnudarse por completo. A veces, lo más caliente es dejar parte cubierta y jugar con eso.
Después del encuentro, también hay que cuidar el cuerpo. Una ducha con agua dulce ayuda a eliminar la sal, el cloro y cualquier resto de lubricante. Hidratar la piel y, si hubo penetración, limpiar con cuidado. El sexo placentero también es sexo responsable: lo disfrutamos más cuando lo vivimos con conciencia.