Antes de exponer la piel al sol, necesitamos prepararla como preparamos el cuerpo para el placer: con intención, cuidado y deseo. Nuestra piel no es solo la frontera de nuestro cuerpo, es también el órgano que recibe las miradas, las caricias, el calor. Por eso, si vamos a mostrarla al sol, conviene hacerlo con conciencia y erotismo.
Una buena exfoliación es el primer paso para dejar que la piel respire y se muestre con potencia. Al eliminar células muertas, revelamos una superficie más suave, más luminosa, más dispuesta a ser tocada. Puede ser con un guante, un exfoliante corporal o incluso un masaje con sal marina en la ducha. Lo importante es abrir el cuerpo a la experiencia de sentirse.
La hidratación es como el lubricante de la piel: sin ella, se resiente. Usar una buena crema después del baño o un aceite seco antes de dormir mantiene la piel elástica, brillante, viva. Y una piel bien hidratada no solo se ve mejor, también responde mejor al contacto. Es más receptiva al sol, al roce, al sudor compartido.
El protector solar no es enemigo del bronceado, es su aliado inteligente. Elegir uno adecuado para nuestro tipo de piel y aplicarlo con ganas —como quien acaricia a otro hombre— puede ser parte del ritual. No se trata de evitar el color, sino de evitar el daño. Porque una piel sana siempre será más deseable que una piel quemada.
Preparar la piel para el sol es también preparar el cuerpo para ser visto, deseado y tocado. No es solo estética, es sexualidad consciente. Porque cuando cuidamos nuestra piel, también estamos diciendo: “Quiero mostrarme. Quiero que me veas. Quiero que me sientas”. Y eso, al final, también es una forma de placer.